lunes, 7 de mayo de 2012

¡Flor de chegusán!

A ningún quía medianamente espabilado se le escapa que el último boom gastronómico mundial es la comida peruana. Tanto han insistido los incaicos en promocionar sus platos típicos, y tanto éxito han tenido en su laburo, que prácticamente no queda fundamentalista del asado de tira o la suprema Maryland que no se haya visto obligado a ponderar, muy a su pesar, las virtudes del ceviche, los anticuchos o el arroz chaufa.

Más aún, lo que antes se encontraba circunscripto a la humilde barriada del Abasto, lo que se susurraba en bodegones de malamuerte frecuentados sólo por la noble inmigración peruana y unos pocos aventureros gastronómicos, lo que era misterio insondable para las doñas de batón y ruleros, hoy se expande como un virus por toda la Reina del Plata. Hay comida peruana para todos los gustos: para las señoras pingorotudas de Barrio Norte, en fusión apta para el snobismo palermohollywoodense, y hasta con entrega a domicilio que se pierde por las intrigantes calles de Parque Chas.

Pero el otro día, deambulando por las calles de Retiro -Barrio Norte dirán otros- apremiado por la angurria y aquejado por el tiempo que siempre escasea, me topé con lo único que faltaba a la profusa oferta gastronómica peruana de Buenos Aires: el fast food.

¿Fast food peruano?, preguntarán algunos. Y la respuesta es un si rotundo. Después de todo, si los gringos nos acostumbraron a ese horrible payaso y sus hamburguesas diminutas, si la maravillosa mancomunión de tanos y gallegos nos legó la pizza al paso de Güerrín o La Mezzetta, si el sabor de nuestra Pampa más telúrica supo transfigurarse en los salvadores puestos de choripán de la Costanera, ¿por qué no habríamos de adoptar también como nuestro el modo en que sacían el hambre nuestros amigos limeños cuando les pica el bagre y el reloj los apura?

La punta de lanza del desembarco de la peruvian fast food es entonces Perú Express, el apretado boliche al que los venía introduciendo. Un morfadero más bien escueto en decoración y puesta en escena (lógicamente, no es la Rosa Negra), pero que se ofrece generoso al laburante hastíado de panchos, hamburguesas, empanadas y otras yerbas a las que somete la rutina laboral porteña. El plato fuerte, valga la redundancia, son los sánguches (sic), bastante alejados de la foránea burguer o el triple de jamón y queso: los hay de lomo, de atún, de pechuga de pollo, de bondiola de cerdo. Personalmente, opté por éste último, el "chicarrón peruano" un manjar de carne de cerdo tiernísima, cebolla colorada, batatas al horno, lechuga y un condimento que andá a saber en qué consiste, pero que estaba de rechupete, acompañado de una cantidad apoteósica de papas fritas (de verdad, no de esas que vienen congeladas adentro de una bolsa). Para lubricar la garganta, como no era horario de entrarle al pisco sour, opté por una muy buena chicha morada. Me fui pipón sin haber oblado más de cincuenta mangos. Una ganga.

Así que queridos seguidores, si andan famélicos por el centro y quieren hacer la vida un poco más llevadera (al menos hasta que repongan en la radio el Glostora Tango Club), dénse una vuelta por Perú Express, que como decía un pintoresco patilludo sobre cuyo nombre prefiero echar un piadoso manto de olvido, no los va a defraudar.

Cuidensén, y vayan oreando el sobretodo, que está fresco pa' chomba.

Ci vediamo!



Perú Express: Marcelo T. de Alvear 990, Capital Federal.