martes, 27 de marzo de 2012

La hora del Doctor

¡A no confundir!
Que el título no los engañe, estimadísimos lectores. No es de la popular audición radiofónica del médico ginecólogo y deté campeón del mundo que les voy a parlar en esta oportunidad, sino de con qué marca las horas este humilde manyapeles que les escribe. Porque ser puntual es un imperativo categórico para todo gentleman, y para ello es necesario portar un relós como la gente. Se que muchos purretes utilizan sus teléfonos celulares para esos menesteres, y aún esos raros aparatitos para escuchar punchi punchi también te tiran las agujas, pero siendo que son pocos los accesorios con que un hombre puede dar un toque diferente a su outfit, me niego rotundamente a abandonar el uso del reloj. Un caballero de verdad debe engalanar su muñeca con un reloj y se acabó. He dicho.

Pero tampoco es cuestión de ponerse cualquier cosa sólo para tener la hora precisa y llegar a casa antes de que a la patrona se le pasen los ravioles. Un reloj habla de la personalidad de quien lo porta, de sus valores, de sus aspiraciones, y por ello tiene suma importancia acertar en la elección. Además hay algunos que simplemente quedan para la miércoles: he visto a más de un piscuí dándoselas de businessman, de traje tres piezas y peinado a la gomina, mostrando su profunda naturaleza grasuna a través de un horroroso reloj deportivo (de esos que son de goma, digitales y con un cuadrante desmesurado y fosforescente) marca Nike, o de esos adefesios new rich que son del tamaño de una grande de jamón y morrones y gritan un logo de Armani o Dolce & Gabbana. Cosas que no pegan ni con cola, vió.

En materia de relojes, en mi opinión, discreción es sinónimo de elegancia. Además tampoco es cosa de andar llamando mucho la atención con tanto escrushante dando vueltas. Lo bueno es que la sobriedad y el buen gusto no requieren de grandes gastos. Hay opciones para todos los presupuestos, y todas las ocasiones. Para que se entienda, paso a ejemplificar con algunos modelos de mi propia colección.

Vamos a empezar por una opción low cost, porque no todo el mundo puede andar tirando manteca al techo, y aún cuando uno levante la biyuya en pala, a veces hay que ir a la verdulería o visitar a un pariente lejano que vive en Longchamps, oportunidades en la que no es ubicado ni conveniente andar haciendo ostentación. En tal caso, por unos trescientos pesitos más o menos, uno puede ir a la calle Libertad y hacerse de un Casio MTP-1229, reloj discreto, de líneas limpias y modernas, robusto y fiel como un Ford Falcon. El mío tiene unos cuantos años y no he tenido que llevarlo nunca a un service, pese a que ha aguantado más de un sopapo y acompañado mis rutinas gimnásticas. Lógicamente, no se le puede pedir más que cumpla rigurosamente con una función: dar la hora (no tiene cronómetro, hora mundial, conexión a internés, ni almacena números telefónicos de señoritas).

Ahora bien, puede pasar que uno haya acumulado algún manguito (laburando o en la ruleta del Hotel Provincial, lo mismo da) y quiera farolear un poco, sin llegar al extremo de tener que hipotecar el depto o mandar a yirar a la nona. Los abogados, matasanos, inyenieris y otros profesionales es común que también pretendan mostrarse prósperos y exitosos, para justificar ante la clientela los disparatados horarios que suelen exigir por sus servicios. Ahí entonces uno se aleja de los tugurios de dudosa reputación de la calle Libertad y se acerca a alguna joyería más pipícucú, de esas en que te atienden afectadamente y te invitan un scotch, y por la módica suma de quinientos verdolagas aproximadamente se lleva un Citizen Calibre 8700 BL8004-53E, que ya es una cosa seria de relós, con una pinta que no le cuento y lleno de chiches de todo tipo: se recarga con la luz, tiene calendario eterno, registra dos husos horarios, te despierta a la mañana y hasta te avisa si se está por quedar sin pila. Una maravilla. Eso si, tiene menor resistencia a las caidas y los golpes que el Casio (el mío adeuda una visita al chapista) y para ponerlo en hora hay que tragarse un manual que parece el Libro Gordo de Petete.

Cuando ya la vida no sólo te sonríe, sino que te guiña el ojo y te tira un beso, las damiselas corren en manada a arrojarse a las butacas de tu Jaguar reluciente y te olvidaste hace tiempo lo que es andar contando los cobres para comer un sánguche de parado, entonces te ha llegado el momento de pasar a jugar en la primera de los relojes y aprovechar la habitual visita a Niuyork para adquirir un Montblanc Time Walker Chronograph Automatic Club Brown (no le han puesto nombre al aparato) que es un reloj de la San Perinola, casi una obra de arte. Hace alguna gracia menos que el Citizen, pero tiene cronómetro y una facha que ni hace falta que de la hora. Correa de piel de ternero con pespunteado a contratono, agujas y números en oro rojo y tapa de cristal de zafiro que permite ver el mecanismo de relojería. Belleza pura, diría el Bambino. Tiene apenas dos contras: cuesta módicas cuatro lucas verdes (en realidad una bicoca si se lo compara con un Rolex o un Omega similares), y sólo se consigue en Iueséi, dado que se trata de una edición limitada para el mercado gringo.

Bueno gente, creo que después de estas recomendaciones, ya no tienen excusa para llegar tarde a un compromiso ni seguir usando el Orient que le regalaron al nono cuando se jubiló de Ferrocarriles Argentinos. Como siempre, espero haberles sido útil y les dejo mis mejores deseos hasta la próxima vuelta.

See you later!

miércoles, 21 de marzo de 2012

Publicidad berreta



Encontrábase días atrás este servidor esperando que lo atienda el dentista, cuando se le dio por pispear unos magazines de esos que hablan de la nada misma, de las peleas de bataclanas, las casas de la gente petitera y esas cosas. Perdido iba en esas banalidades, propias de quien necesita imperiosamente achurar el tiempo muerto, cuando mi atención se fijó en un par de publicidades. No en esas chiquitas de brujas que prometen enyuntar a dos que no se pueden ver ni en figuritas, o de tipos que por un módico precio te enlozan la bañadera y el bidet. Las que me llamaron la atención fueron un par de página completa, que deben costar unos buenos mangos, y que de tan berretas uno se da en preguntar si en realidad no forman parte de alguna clase de patraña pergeñada por un fabricante de zapatos, un colchonero u otra de esas gentes dedicadas a industrias más bien pedestres, para estafar de algún modo a sus acreedores. Inmediatamente vinieron a mi memoria esas aborrecibles publicidades de la firma Medicorp de finales de los años '80, protagonizadas por una rubia tan insulsa y vestida de modo tan infame, que su presencia como imagen institucional no podía justificarse de otra forma que suponiendo que la susodicha se encamaba con el capo de la empresa.

Para ilustrar a mi distinguida audiencia respecto de estas aberraciones de la publicidad gráfica autóctona, paso a analizar brevemente tres ejemplos de lo que les vengo parlando.

Ejemplo Nº 1: La reina del nightclú

Esta es la historia de un señor que posee un enorme caserón en la zona de Los Polvorines, cuya entrada está precedida por dos descomunales leones dorados y que se encuentra íntegramente tapizada por dentro con motivo animal print. La cosa es que el buen hombre, dueño de una fábrica de mallas y recientemente divorciado, conoció hace algún tiempo, tomando unos aperitivos en Hipopotamus, a una señorita monísima que le hizo explotar el balero. Locamente enamorado, el quía ideó una jugada magistral para ganarse el corazón de la damisela: convertirla en la cara de sus trajes de baño. Para eso llamó a su cuñado, que se da maña con las fotos y hace poco se trajo un tremendo camarón de Miami, y contrató página completa en una revista.

El resultado nos plantea varios interrogantes. En primer lugar, por qué catzo la mina salió en la foto recién peinada, maquillada (nótese el harto vulgar color de sus labios) y con un collar. ¿Acaso alguien se mete así al mar en San Clemente, o se lanza a tirar brazadas en la pileta del Club Kimberley pintada como una puerta? La segunda pregunta relevante es por qué razón ni siquiera le pusieron de fondo un paisaje tropical, una cascada o al menos una pelopincho. La pose antinatural y el abuso de photoshop nos dan una pista de la respuesta: la producción se hizo siguiendo el dudoso gusto del empresario textil, a quien encima embaucaron cobrándole como si se hubieran ido a Bali por dos meses para hacerla y contratado a Mario Testino de fotógrafo.

Ejemplo Nº 2: No se le puede decir que no a un niño...

A diferencia del caso anterior, en que el comitente era un simpático veteranex devenido latin lover, aquí presenciamos la obra de una ex bailarina de teatro de revistas, que merced a un prestísimo matrimonio con cierto afamado futbolista, se reconvirtió en respetable señora y amorosa madre. La doña, para no estar todo el día al cuete poniéndose ruleros y mirando la novela, un día decidió que quería ser diseñadora de moda. Y fue así que trabó relación con unos coreanos que regentean un taller clandestino en la calle Avellaneda y se lanzó a revolucionar el mercado de la indumentaria deportiva.

El negocio marchó viento en popa, y la señora decidió expandirlo con una línea infantil. Y claro, su inquieta hijita (que heredó las pretensiones de diva de la madre) y su encantador primogénito (ya casi en la pubertad y convencido de su cancherísima prosapia) le imploraron, prácticamente al borde del sollozo, protagonizar la campaña publicitaria. ¿Cómo negarse al pedido de estos querubines angelicales?

Así fue como estos dos críos incordiosos fueron a ocupar página central de un semanario femenino, carentes de toda gracia y munidos de pilchas ordinarias hasta el paroxismo. El cuadro fellinesco lo completan un fondo de fuegos artificiales (!), el logotipo mal superpuesto de la marca (obsérvese que oculta parte del calzado de la niña) y el anuncio, incomprensible en el contexto, de un combate de kickboxing entre el conocido matón Jorge "Acero" Cali y "el Ninja" (sic), actividad edificante para los niños si las habrá. Es de esperar, entonces, que estos infantes sigan los pasos de su ídolo pugilístico y pronto se dediquen a patotear a productores agropecuarios descontentos.

Ejemplo Nº 3: Imagen de radio

Desconozco totalmente quien es Ricardo Guazzardi, y no tengo nada contra él. Más aún, viendo que ha sido merecedor de dos premios Martín Fierro otorgados por APTRA (la insigne institución integrada por Cacho Rubio, Luis Pedro Toni y Nora Lafón, entre otras luminarias) estoy convencido de que debe tratarse de un periodista de nota. Por ello me resulta imperdonable que una emisora líder como Radio Rivadavia lo someta al escarnio de aparecer en un aviso que parece salido de una campaña para la intendencia del Partido de la Costa. Uno puede imaginárselo prometiendo la instalación de cloacas y el pavimentado de la rotonda de acceso. Tampoco podemos soslayar el color celeste demodé, la variedad de tipografías que pululan por todos lados y confunden al lector, y ese ¿sol? horrendo en degradé, que nos anuncia que la estrella radiofónica transmitirá desde la mismísima Punta Mogotes.

La invocación de los galardones obtenidos, como toda vanagloria, es de indudable mal gusto. ¿Acaso Radio Rivadavia no puede pagarle a un publicista para que sus avisos no huelan a naftalina y broncedor Rayito de Sol?

Bueno amigos, espero este repaso les haya servido para prevenirse de los muchos rufianes que andan circulando en el ambiente de la publicidad timando a los desprevenidos. Es triste ver tanto dinero, que tendría mejor uso en manos de quien suscribe, es dilapidado en carísimos avisos que socavan la imagen de los anunciantes. Desde ya les aviso que este espacio se encuentra generosamente abierto a los dinerillos de empresarios textiles, radiofónicos, metalmecánicos, transportistas y ferreteros que quieran prestigiarse recurriendo a mi sabiduría y don de gentes.

Cuidensen, que la yeca está complicada.

Ci vediamo la prossima volta!