viernes, 24 de junio de 2011

Ensalada setentera: Boney M + moda disco

Encontrábame hace un tiempo dispuesto a manducar un choripán a eso de las tres de la mañana en un puesto de la Costanera Norte cuando de pronto me vi inmerso en una situación singular. Una suerte de realidad paralela donde todo resultaba factible, y en un quiebre espaciotemporal un enajenado parrillero visiblemente afectado por el consumo de sustancias alucinógenas trasmutó en discjockey poseído por la fiebre disco convirtiendo el lugar en una pista de baile que vibró al ritmo de Boney M.

Muchos de ustedes quizás preguntarán: ¿qué catzo es Boney M?

Pues bien, para los que no lo saben, se trata de uno de los más improbables engendros que viera nacer la industria musical, antes de que la democratización de las maquinitas pusiera el punchi-punchi al alcance de cualquier neófito.

La historia es más o menos así: a mediados de los años '70 -en pleno furor de las bolas de espejo, los pantalones oxford y los peinados afro- a un pícaro productor discográfico teutón de nombre Frank Farian se le ocurrió armar un grupo de disco music en el laboratorio, reventar las boites de toda Europa y levantarla en pala en la volteada. Para darle apariencia de veracidad a la cuestión, contrató a tres morenas caribeñas con pinta de azafatas de alguna aerolínea africana de la época, y a un inmigrante arubeño conocido como Bobby Farrell, con poco talento para el canto pero con mucho carisma y una llamativa habilidad para el baile. El éxito sonrió a la pintoresca troupe, y durante unos buenos años cosecharon los dividendos de su irresistible combinación de ritmos pegadizos, vestuarios imposibles y bizarro sex appeal.

Para que la dama y el caballero que visitan esta humilde morada capten de que estoy parlando, van tres ejemplos, a saber:

 
Rasputín: Esto es lo que estaba pasando el deejay choripanero esa fría madrugada que cambió mi vida. Le gustó hasta al proletario soviético, que para bailarla debía llenar un formulario y solicitar permiso al Politburó.

Gotta go home: El diccionario de la Real Academia remite a este video cuando uno busca la definición de kitsch. Pero la mezcolanza bávaro-afro-caribeña es tan pegadiza que mis informantes dicen que todavía hace roncha entre la juventud en su versión remixada.

 
Sunny:  Esta canción me parece genial posta posta. Sonido seventie con aire, dirección, tapizado de cuero y todos los accesorios. Me encantan los violines al punto de darme ganas de comprar una coupé Torino e ir a cenar a Los Platitos.

*****

Dejando de lado la cuestión musical, y dado que la muchachada se desgañita pidiéndome que hable de pilcha porque no sabe qué ponerse el fin de semana, aprovecho la ocasión para revolver el arcón de los recuerdos y sacar de él a la moda disco y tirarles un par de fijas inspirándome en ella.

Sabrán Uds. que los años '70 fueron de lo más delirante que recuerde la humanidad en materia de moda, al menos después del período barroco y la fashion prehistórica de salir a cazar mamuts con un hueso en la cabeza. Fue un período propicio para la exageración: hombreras colosales, zapatos con plataformas, lentejuelas, estampados inverosímiles, volados y una inacabable lista de etcéteras. El hombre portaba mostacho imponente, patillas, gafas oscuras, pantalones ajustados a la cintura, traje tres piezas con solapas enormes y camisas con cuellos desmesurados y hasta jabot en los casos más graves.

Chic, otro conjunto musical emblemático de la era disco, haciendo gala de la elegancia de la época.
Ahora bien, si hay algo rescatable del período para que el caballero se tire encima sin correr riesgo de que le ofrezcan conchabo de payaso en el Circo Rodas, es el traje de tres piezas -pantalón, saco y chaleco- aunque siempre con solapa acorde al siglo XXI y omitiendo las patas de elefante. Si al conjunto se le agrega pañuelito en el bolsillo, su feliz portador habrá de contratar secretaría para atender los llamados de las señoritas del vecindario. Así queda contemporáneo y monono, para el Ricardo Montalbán de los tiempos que corren:


Por el lado de las féminas, no hay una única tendencia que pueda caracterizar a la onda disco. Como siempre, el bello sexo se empilcha con cualquier cosa -o mejor aún, con nada- y nos deja patitiesos. Si tuviera que elegir algo representativo, me quedo con las hombreras, los brillos y los enterizos. Precisamente ésto último es lo que hoy voy a recomendar a las señoritas que me leen para que seduzcan a sus galanes. El "mono" me parece una prenda de lo más sensual y femenina. Resalta la forma curvilínea del cuerpo mujeril, es sencillo y sofisticado. Haganme caso: pruébenlo y gustarán. O al menos me gustarán a mi, que no es poca cosa.

Los setentas: el Reino de los Monos (¡que no es lo mismo que El Planeta de los Simios!)
Un moderno y monono mono que vi por ahí.


lunes, 13 de junio de 2011

"Padre, he pecado"

Se perfectamente que hay ciertas cosas que un guapo de endeveras no debería hacer jamás: usar chupines de colores, comer rúcula, comprarse un Ford Ka, pasear por Palermo Whatever... Y hete aquí que, sabiéndome al dedillo los mandamientos que rigen la vida del porteño de ley, pequé igualmente y no pude evitar caer en el paseo palermitano días atrás. Para colmo, sentí horror y dudé de mi mismo al encontrarme encantado con las prendas exhibidas en cierto local, pero así fue: entré a Penguin y me gustó.

Lo de Don Juan Carlos Penguin en Palermo Calamuchita
Penguin es una marca que siempre tuve identificada con los años '70 y '80 (aunque su historia se remonta a 1955 y comienza con un vendedor perdido en Manhattan que se compró un pingüino disecado), y su retorno a las pistas me daba mala espina, porque se me hacía cosa de metrosexualizados que buscan hacerse los originales dándose un aire retro. Si bien no estaba equivocado, puesto que efectivamente Penguin mantiene una estética que nos retrotrae a los buenos viejos tiempos, en los que la idea de estar en la pomada podía ser representada por Frank Sinatra tomando un Martini después de una tarde jugando al golf -y no por un esperpento tatuado por todos lados andando en patineta, que es lo que a las jóvenes generaciones les parece muy petitero-, es justo decir que la recreación está hecha con espíritu de homenaje y no de farsa. Chusmear entre las perchas es dar una mirada irónica pero condescendiente al pasado, y no reírsele en la cara. Como mirar las fotos del nono cuando era joven y robaba suspiros en los carnavales, y sentirse un poco identificado con él.

¡Con este saco sea el alma de las fiestas!
Y de ese arcón de los recuerdos salen algunas gemas: chombas de algodón con el cuello ribeteado a contratono -muy solicitadas en los cocktails vespertinos de fines de los '50 y principios de los '60-, cardigans trenzados, sweaters a rombos y una línea de sacos que me sorprendió por la calidad de sus terminaciones. Precisamente entre esos sacos encontré la que, a mi gusto, es la perla de la colección: un saco gris de algodón, con la solapa en terciopelo negro e impecable forro en contratono, que haría roncha entre el Rat Pack. También hay una línea de ropa deportiva muy colorida, a la que sinceramente no le di mucha pelota, porque eso de andar de joggineta por la vida simplemente non mi piace.

Así que, querido lector, si a Ud. lo habita el ánimo lúdico y quiere darle un toque jovato chic a su outfit, puede darse tranquilo una vuelta por Penguin sin temor a que los muchachos de la barra se le rían en la cara ni lo rajen del boliche por impresentable.

Combinación caquera: chombra retro + hierro 7 Ben Hogan

Algunos recursos para cuando está fresco pa' chomba


viernes, 3 de junio de 2011

Descolorido paseo por Av. Santa Fe

Repeat with me:

Un día de paseo en Santa Fe,
no le hace mal a nadie ya lo se.
Mirando las vidrieras me encontré,
con una oferta aburrida y demodé.
Era toda gris y anticuada esa pilcha,
camisas apagadas y cliché.



La horrible canción pegadiza de los '70 tenía una letra levemente distinta a la transcripta supra, pero creo que esta versión describe bastante mejor mi experiencia de días atrás paseando por la coquetísima Avenida Santa Fe. Resulta que, ocupado en otros menesteres, andaba por la zona y tenía que "hacer tiempo", por lo que dediqué algunos minutos a recorrer vidrieras, en la búsqueda de esas novedades que deleitan a la afición que tan fielmente me sigue en este espacio -es decir, mi tía Lucrecia y mi perro Bobby-. Menudo chasco me llevé. Lo que suele ser un deleite para cualquier amante del buen vestir, esas cuadras que reúnen a marcas que siempre deparan sorpresas agradables como Giesso, Mc Taylor, Halsey, Rochas y Daniel Hechter, entre otras, esta vez estaba más aburrido que bancarse tres horas de cadena nacional chupando un helado de limón.

No se bien lo que ha pasado, pero la oferta de prendas invernales para hombre que lucía en las vidrieras era poco menos que depresiva. Abundancia de tonos apagados y combinaciones sosas: sacos grises con corbatas grises, con pantalones grises, con chalinas grises, con sobretodos grises y siguen las firmas. Sastrería que parecía salida de lo peor de la década de 1980: blazers amorfos, solapas sin pespunte, telas que no aparentan la mejor calidad. Hasta Halsey, que es una casa para veteranos, pero de buena calidad, ponía unos trajes que parecían salidos del Ejército de Salvación al lado de unos zapatotes espantosos de punta cuadrada y suela de goma, como los que usan esos oficinistas que llevan la adultez con disgusto. Hasta Mc Taylor -que habitualmente se engalana con vidrieras modernas y de impronta europea- parecía querer mimetizarse con la difunta Angelo Paolo. Todo muy triste, muy pobre, demasiado austero. ¿Qué cornos está pasando? ¿Dónde quedaron esos cortes estilizados, esos géneros innovadores, ese colorido atrevimiento de otras temporadas? ¿Es que acaso los comerciantes de Av. Santa Fe están conspirando secretamente para ahuyentar a la clientela?

La única etiqueta que salvaba las papas era Daniel Hechter, mostrando una sastrería contemporánea, entallada, elegante. Camisería sobria y elegante. Y un toque de atrevimiento en corbatas de colores vivos, como el naranja y el vinotinto.

En líneas generales, un fiasco que intuyo más vinculado a ciertos problemas para importar telas y prendas terminadas, que con una psicosis colectiva de diseñadores y vidrieristas. Una lástima.