sábado, 10 de diciembre de 2011

Cosas que Ud. jamás debería hacer

Las postrimerías del año son período pletórico de eventos sociales de todo tipo. Amén de las consabidas comilonas familiares de navidad y año nuevo, no hay empresa, asociación, grupo de amigos o sociedad de fomento que se priven de organizar una cena, entrega de premios, bailongo o reunión de algún tipo. Las hay informales, como el asado que todos los años hacemos con los muchachos del club, o más arregladas, como la cena anual de camaradería de los miembros del Colegio de Abogados de Buenos Aires (que, quienes conocen del tema, jamás osarán confundir con el mucho más prosaico Colegio Público de Abogados de la Capital Federal). Cada una de esas ocasiones tiene su etiqueta propia, que es menester respetar, para no quedar con esa amarga sensación de ser sapo de otro pozo.

Hay gente que nunca se adapta a esas reglas de etiqueta, que no son mera formalidad jurásica, sino que hablan del respeto hacia los demás contertulios y del sentido de pertenencia a un determinado ámbito. En una ínfima, pequeñísima, cantidad de casos, esa inadaptación es excentricidad, algo sólo permitido a esos fuori serie que verdaderamente se destacan en lo que hacen, esos tipos que rompieron el molde y a los que forzarlos a adaptarse a los cánones del común sería como recortarles las alas de su creatividad exuberante. Pero las más de las veces no nos encontramos frente a un Picasso, un Borges o un Reinaldo Carlos Merlo, a los que todo podría perdonárseles en virtud de su genio sin par, sino a vulgares empleados de comercio o mediocres presentadores de televisión, a los que en un arresto de divismo se les da por ponerse una camisa dorada o un traje floreado en la fiesta de quince de su sobrina. Esos ejemplos de rampante mal gusto y falta de respeto hacia el prójimo (generalmente dado por el hecho de querer resaltar por sobre el anfitrión) son pecados de lesa urbanidad que desde este espacio no voy a tolerar e insto a desterrar en todas sus formas.

Para el que todavía no se haya dado una idea de la clase de abominaciones de las que estoy parlando, acá les dejo un par de ejemplos particularmente desafortunados, que una fiel lectora me hiciera llegar por correo para ilustrar esta nota.

Caso 1: La Pantera Rosa

De este señor, sólo se que parece ser el eslabón perdido entre el glorioso Ramón Díaz y el querido Banana Pueyrredón, aunque probablemente carezca de la genialidad de cualquiera de los dos. La inabarcable fealdad del color del traje, digno de la muñeca Barbie pero no de un ser humano, casi hace que pasen desapercibidos otros detalles del infinito mal gusto de este muchacho. En primer lugar, la textura de la tela con la que está confeccionado el atuendo, clásica de los brillosos acolchados de albergue transitorio de los años '80, a lo que se le suma lo apretado del pantalón, que me hace presumir que el susodicho terminó la velada con necrosis en las piernas por la falta de circulación de sangre. Sinceramente, espero que la cosa no haya revestido mayor gravedad, porque desde aquí jamás deseo el mal a nadie.

Los zapatos merecen un párrafo aparte. Salvando que obviamente el ¿traje? no combina con ningún calzado creado por el hombre hasta el momento, recomendaría que se guarde estos timbos para las clases de tap con el Dr. Cormillot y haga el favor de no usarlos nunca más para salir a cenar.

Creo que lo único rescatable para nuestro amigo esa noche fue el platazo de ravioles que se mandó antes de llegar, evidenciado por la típica pose "me desabrocho el saco porque me revienta la zapán".


Caso 2: El hombre de negro

Lo único que se de este joven es que, antes de sacarse la foto, tuvo un accidente casero con una instalación eléctrica en mal estado, lo que explica los pelos parados y la cara de no haber podido dormir la noche anterior. Al no poder obtener un peinado normal, quiso disimular el cabello quemado aplicando aceite Patito, pero el experimento resultó fallido, redondeando un look sucio, grasiento y desprolijo.

El segundo problema que tuvo es haber confiado en Tony, su peluquero de toda la vida, cuando le dijo "el negro es elegante". En efecto, el negro es considerado un color elegante principalmente por las personas que carecen de elegancia. Así y todo, el saco podría haber sido presentable si se lo hubiera puesto con un pantalón del mismo traje y no con uno de un tono levemente distinto que le pidió prestado a un vecino. Lo que es imperdonable es la camisa negra que, como lo vengo repitiendo hace años, sólo puede ser usada por tangueros y mafiosos, siendo que a este quía no lo conocen en La Viruta ni en Reincidencia, por lo que no es ni una cosa ni la otra.

Para terminar de ponerle una mancha negra a su noche, nuestro amigo abusó del uso de pañuelos. Un pañuelo en el bolsillo está bien (al menos cuando es a contratono del saco, y no del mismo color como aquí), pero ¿agregarle uno en el cuello? ¿Qué necesidad tiene este hombre de andar con dos pañuelos? Por el overall look, me atrevería a pensar que este individuo estaba pensando en sonarse la nariz con alguno de ellos. Totalmente desagradable.

Caso 3: No todo lo que brilla es oro


A diferencia de los dos jóvenes anteriores, que eran ilustres desconocidos, a éste si lo conozco. Lo que no sabía de Don Marley era de su desbocado fanatismo por Michael Jackson, que lo llevó a comprar uno de sus sacos en una subasta y ponérselo para una cena, pese a que le quedaba evidentemente corto. Sin embargo, sabemos que son muchas las diferencias entre el simpático conductor televisivo y el malogrado Rey del Pop. En primer lugar, Michael Jackson era un eximio bailarín, mientras que Alejandro Wiebe es conocido por ser un chambonazo que anda por la vida tropezándose con todo a su paso. En segundo lugar, mientras Michael arruinó su cuerpo tratando de blanquear su piel, renegando de sus raíces negras, a Marley le pasa exactamente lo contrario, tratando de ocultar sus pálidos genes centroeuropeos mediante el abuso de la cama solar. Pero volviendo al tema que nos convoca, debo insistir en que Michael Jackson podía ponerse ese horrible saco de lentejuelas porque era un distinto en casi todas las acepciones del término, mientras que Marley lleva bien su papel de pavote simpático y nada más.

Otro error notable para destacar en el outfit del conductor de recordados éxitos como "Teleshow" y "Por el mundo" es el pantalón: le queda grande, está torcido y le hace una fea arruga sobre los zapatos. Si se cae así a la gala de fin de año de la Sociedad Numismática, lo mandamos de vuelta para la casa de un puntinazo. El asunto de la corbata tampoco lo quiero dejar pasar. La regla de oro es que la corbata debe contrastar con la camisa. En este caso no sólo la corbata no contrasta con la camisa, sino que se confunde con ella por ser del mismo color. ¿Para qué catzo se la puso si no quería que se notara? Yo, en su lugar, hubiera donado el saco al Salón de la Fama del Rock & Roll y probado con una corbata azul eléctrico. Está bien que gustos son gustos, pero algunos son mejores que otros.

Por último, y esta no es una crítica tanto para el bueno de Marley, sino para los fotógrafos que lo agarraron en un momento incómodo. Muchachos, ¿no le vieron la cara? ¿Les parece bien andar embromando a la gente cuando se le revuelven las tripas y no da más por llegar al toilette?

Bueno gente, espero este repaso les haya sido útil para saber cómo jamás, pero jamás (¡pero jamás, eh!) tienen que vestirse para ir a un evento social. Recuerden que la línea que separa la originalidad del ridículo es muy delgada, y es difícil pegar la vuelta una vez que se la cruzó. Ahora los dejo porque una amiga me está esperando y el champú está tomando temperatura.