viernes, 22 de abril de 2011

Escabiador crítico

Ya he advertido oportunamente a mis lectores de que el desconocimiento de un tema no resulta óbice para que opine sobre él. Por ende, la particular circunstancia de que no tenga ni la más pálida idea de lo que es un tanino, a qué huele el cardamomo o cual es la temperatura ideal para mandarse un bonarda, no me va a impedir hacer uso de la subjetividad para calificar cuanto escabio haga su camino por mi garganta.

En esta oportunidad, quiero referirme a un Cabernet Sauvignon cosecha 2008 de Finca La Linda, vino que debe andar por los treinta pesitos nada más, y que unos amigos me trajeron como presente tiempo atrás.

Dado que el chupi a conciencia es una experiencia que depende de las circunstancias de tiempo y lugar, del humor del bebedor, la meteorología, los resultados de la quiniela de Montevideo, el desempeño del lateral derecho de San Martín de Monte Comán la noche previa, la compañía y otros factores aleatorios, paso a comentar las características salientes de la oportunidad en que le hice justicia al susodicho totín, para ilustrar a la distinguida concurrencia.

Noche de jueves santo en mi casa, algo cansado después de una jornada de moderada actividad física. Bien acompañado por persona del sexo femenino, luz tenue, Diana Krall sonando de fondo. Temperatura tirando a fresca. En la mesa, estábase servido un chaw fan de camarones enviado gentilmente por unos amigos rotiseros del oriente lejano.

Hecha la composición espaciotemporal, les cuento la experiencia. Hincado debidamente el sacacorcho, procedo a destapar la botella, escuchando un agradable "ploc" indicativo de la perfecta conservación hermética de la bebida. Después del "glu glu glu" de rigor que indica el paso del vino de la botella a la copa, observo un líquido púrpura oscuro, consistente, de moderado espesor. Acercada la napia al escabio, se produce el primer problema: excesivo aroma a alcohol, que medio me voltea, pero de paso ayuda a alivianar los efectos de un incipiente resfrío. Ya con el líquido inundando el paladar, percibo cierta acidez aceitunada, un leve picor especiado, regusto a madera dura tipo roble. Así todo, el primer trago pasa por la garganta abriéndose paso con cierta facilidad. En la boca me queda esa sensación medio áspera que dejan los vinos de gusto concentrado. Lógicamente, los tragos subsiguientes pasan con facilidad aún mayor, pero eso siempre acontece una vez que el etílico ha abierto el camino.

Mi opinión general es que se trata de un vino agradable al paladar, pero no demasiado amable. Quizá habría sido menester hacerle caso a la etiqueta, y acompañarlo de un guiso pesadón o una carne marinada, en lugar de un arrocito chino. O mejor, cometer la deliciosa herejía de atacar la copa a puro golpe de sifón.

Conclusión: un vino so so -pronúnciese "sou sou"-, razonable para su precio, y que no queda mal como regalo ni para servir a las visitas.

lunes, 18 de abril de 2011

Un prototipo de buenas intenciones

Prototype es una marca que me genera sensaciones encontradas. Sin ser la octava maravilla del mundo, el súmmum de la innovación ni la etiqueta petitera por excelencia, por algún motivo logra que detenga el paso cada vez que cruzo por delante de sus vidrieras. Quizá las gráficas tengan un mensaje subliminal, o las marquesinas despidan alguna especie de gas alucinógeno, pero la cuestión es que suelo parar a mirar qué tienen para ofrecerme y, alguna vez, hasta desembolsar algún mango en una de sus prendas.

A su favor tienen los diseños: una combinación bastante equilibrada entre clasicismo y avant garde. Los tipos hacen ropa con la cual uno puede salir a tomar la fresca o dar la vuelta al perro sin llamar la atención por lo ridículo ni parecer un alienígena recién caido al barrio, pero lo suficientemente moderna como para poder ir también a tomar unos drinks a algún reducto palermohollywoodense sin pecar de mojigato. Lo flojo viene por el lado de la calidad: si bien uno no puede pedir la excelencia absoluta por los precios bastante amables de la marca -y aún confesando que hace algún tiempo les compré un calzado que me ha salido de lo más rendidor- podrían mejorar algo las confecciones y los géneros que utilizan. Las terminaciones de Prototype son un tanto pobretonas -la sastrería en particular deja bastante que desear-, las prendas destiñen después de un lapso de uso e incluso se deforman algunas veces, y en las perchas aparecen algunas mezclas con fibras sintéticas -que son particularmente rechazadas por quien suscribe-. De cualquier modo, es una marca que puedo recomendar a quien pretende estar razonablemente bien vestido sin vender su alma a American Express.

Para esta temporada, la propuesta recurre a la tendencia retro que ha contagiado a la mayoría de las marcas que apuntan al hombre sobrio y decente. Para remarcar esa impronta, han subido a Iván de Pineda a un viejo vagón de tren como eje de su campaña gráfica. El resultado me trae reminiscencias a la Francia de principios de la década de 1960. Aunque como no estuve ahí, es más una impresión que me viene dada por el cine de la época que por haber vivido la experiencia.

La paleta apela a los tonos neutros -gris, negro, azul- siendo de agradecer que no hayan adherido a la foránea tendencia a los colores chillones como el naranja o el verde loro. En camisería, el quid de la cuestión pasa por los puños y cuellos a contratono, la cual es una de las pocas modas a las que adhiero gustoso. En sastrería, el modo chic de protegerse del fresquete -al menos para los diseñadores de la marca- consiste en enfundarse en sacos grises de paño o jersey, jaspeados y con botones en contratono. A ese equipo se le puede agregar una campera tejida por debajo y voilà, Ud. ya estará en condiciones de hacerse el dueño de los suspiros de las señoritas de la cuadra. Personalmente, considero que la combinación saco de paño sobre camperita tejida, es una de las formas más cancheras de soportar el frío con cierta informalidad. Los gabanes rectos que ofrece la firma también pueden ser una opción válida en ese sentido.

En definitiva, si lo que Ud. desea, querido amigo, es aparecerse por alguna vernissage con la distinguida impronta de un intelectual de la posguerra, quizá husmear un poco por algún local de Prototype pueda ser una buena opción.

jueves, 14 de abril de 2011

Tendencias sin rumbo

Mucha gente se pregunta el motivo por el cual he decidido abrir este blog. En realidad no se si "mucha gente" se lo pregunta, pero digamos que alguna lo hace. Para ser estrictos, tengo en rigor dos casos probados de personas que se formulan ese interrogante, que vendrían a ser el Dr. Merengue (yo) y su otro yo (es decir, yo también). Siendo francos, resumamos diciendo que, hasta donde sé, puedo afirmar que a veces me pregunto qué es lo que se me dio por ponerme a escribir de moda, comidas, mujeres y otras cosas que hacen al universo de aspiraciones masculino.

Respondiendo(me), creo que la idea ha sido divertirme un poco y rescatar cierto ideal abandonado de masculinidad, particularmente en ciertos ámbitos donde avanza la androginia y se diluyen los matices que hacen a la definición de cada género. No es por ser machista, pero me sigue gustando un mundo donde los hombres son hombres y las mujeres son mujeres, incluso más allá de sus concretas preferencias eróticas.

El mundo de la moda es, precisamente, uno de esos espacios en los cuales resulta menester reivindicar algunos principios de un conservadurismo levemente rancio.

Es que, si alguna vez la industria de la indumentaria masculina tuvo como norte vestir y ensalzar un ideal de hombre viril, seguro de si mismo, poderoso y atractivo, resaltando esos atributos a través de la elección de colores, texturas y formas, hoy la alta moda -capturada por esperpénticos tipejos con veleidades de artistas- intenta establecer un estereotipo de hombre-niño, cercenado de sus características adultas y varoniles. De ahí la tendencia a plantear como ideal de belleza a seguir el bigote ralo y la delgadez extrema, propias del impúber, o prendas que son caricaturizaciones de lo que otrora fuera signo de elegancia, como la corbata (devenida miserable piolín) e incluso la camisa (amputada de la firmeza del cuello o la prestancia de su forma).

Frente a eso, y dada la ausencia de propuestas innovadoras y realmente superadoras, me planto en la defensa de lo tradicional. Del ambo entallado, de la corbata con cuerpo, del cuello italiano almidonado, del zapato lustroso. Del hombre que se hace cargo de sus decisiones, que enfrenta la vida, que se reivindica como adulto.

Se que algunos coinciden y reivindican el pasado como inspiración, y no como burla. Incluso algunas marcas, que respetan a su clientela y no se dejan llevar por la tentación de lo fugaz, también rescatan esos buenos viejos valores en sus propuestas. A ellos va dedicado este artículo.


P.D.: Este post se enmarca en la celebración del "Día Internacional Blogger de la Moda Masculina", propuesta por "El blog más chic".

martes, 12 de abril de 2011

Veladas gastronáuticas

De entre todos los placeres que puede darse un hombre en vida, la buena comida de seguro está peleando un lugar en el podio. Por desgracia, pecar de gula se está tornando una tarea cada vez más complicada. Con restós, bistrós, grills, trattorías y hasta pedestres bodegones que surgen como hongos por todo Buenos Aires, elegir un buen lugar para entregarse al disfrute del morfi se ha tornado una verdadera lotería. Para colmo, la proliferación de comidas exóticas despista todavía más al comensal desprevenido, que nunca puede estar seguro de no caer en un insufrible antro palermitano con pretensiones de Guía Michelín, "atendido" (es un decir) por estudiantes de teatro que perpetran a desgano el noble oficio gastronómico, producto de la desfachatez de algún mercachifle con ínfulas de cheff, capaz de adornar un insulso puré de papas con los nombres más insólitos y venderlo a precio oro camuflado de cocina fusión indoafropanameña.

Antes la cosa era harto más sencilla. Uno podía tener su morfadero de confianza (digamos una parrilla de la Costanera en la onda del extinto Negro el Once), dónde el mozo lo saludaba con un cordial "cómo le va Don Merengue" y prácticamente sin preguntar servía un bife de chorizo con papas rejillas, una suprema Maryland y pará de contar, que los menúes de antaño no sabían de sofisticaciones étnicas.

Pero bueno, no me quiero ir de tema ni caer en la onda nostalgiosa (que los cazabobos de Palermo Six Feet Under -ex Chacarita- ya están explotando de la mano del "neobodegones" como el malísimo Ballo del Mattone o el aún peor Enfundá la Mandolina, que en rigor no quedan en el barrio del cementerio, sino en el Palermo vaya a saber qué), sino recomendar una perlita en la que caí el otro día de casualidad, y que vale la pena que conozcan para quedar como unos duques de enserio, con título nobiliario y todo, con la dama que les toque en suerte.

La cosa es que andaba con ganas de saciar el apetito en algún lugar con vista al rio, e investigando un poco caí en un reducto escondidísimo en la costa de San Fernando llamado Captain Cook

El camino hacia el lugar no era de lo más alentador: desde Panamericana hay que atravesar una zona de esas en las que, de noche, uno preferiría no quedarse sin nafta ni tener que parar a cambiar una cubierta. Una vez llegados a destino, es menester anunciarse en la entrada de una marina, donde amablemente nos indican donde está la entrada al restaurant.

Desde lo estético, hay que decir que el entorno del boliche es de lo más interesante. Ubicado en una guardería náutica, tiene una terraza desde donde divisar el río y los innumerables yates que están amarrados en el lugar, lo que también invita a un relajado paseo una vez finalizada la comilona. Lo que es el restaurant en si, consta de un ambiente íntimo, en la onda minimalista chic, levemente frío y superpoblado de gente que pasa con comodidad el medio siglo. Personalmente, habría buscado que el salón tenga mejor vista a las amarras, pero en una de esas no era posible, y además tampoco soy el dueño como para andar reclamando al respecto.

Yendo a lo importante -es decir, la comida- debo reconocer que grata fue mi sorpresa con la propuesta inspirada en el sudeste asiático. Había tenido una pésima experiencia en Sudestada -que casi termina con visita al Instituto del Quemado- pero esto es otra cosa. Para empezar unos langostinos grandes como nunca había visto, del grosor de una salchicha de copetín, frescos, crocantes por fuera y tiernos por dentro. Para seguir, unas brochettes de cerdo con salsa de maní y guarnición de dos arroces (hasta no hace mucho, yo pensaba que el único arroz "diferente" era el Gallo Oro que nosepasanosepega, pero resulta que ahora me vengo a enterar que existe un arroz negro y otro finito que en esta oportunidad le hacían compañía al pincho porcino) que estaban más que sabrosas. Dada la abundancia de las porciones, nunca llegué a pedir postre, pero entre plato y plato la casa invitaba un sorbete de mousse de limón que estaba de rechupete. En conclusión, comida rica, fresca y abundante, con el toque étnico del lejano oriente, pero sin abusar del picante ni los condimentos extraños.

Por último, sentencio que la atención fue correcta. No profesional (si por profesional entendemos a un señor de moñito afiliado al sindicato de los gastronómicos), pero si atenta y diligente. Párrafo aparte merecen la chef Marta Ramírez y su marido, que van mesa por mesa explicando los platos y requiriendo la opinión de los comensales. Muy bien de su parte el estar verdaderamente comprometidos con satisfacer al cliente, pero, sin ánimo de ofender, me parece que, si te dan quince minutos de charla después de cada bocado, están caminando en la frontera que separa lo atento de lo denso. Si corrigen eso les pongo un diez.

He dicho.


jueves, 7 de abril de 2011

Elogio de la mujer guitarra

No existe nada más sensual que una mujer curvilínea. Por más que Hollywood y la industria completa de la moda intenten convencerme de lo contrario, las manequins esqueléticas de pasarela o esperpentos anoréxicos como Angelina Jolie no lograrán jamás moverme el amperímetro. Puede parecer tan sólo una cuestión de gustos -y sobre eso sabemos que nada hay escrito- pero hasta me animo a traer el apoyo de la ciencia en favor de mi preferencia por las mujeres de escote vertiginoso y caderas generosas. Freud diría que la primera pulsión erótica está en la succión del pecho materno, y de ahí que una mujer voluptuosa sea capaz de retrotraernos a los primeros momentos placenteros impresos en lo más profundo de nuestra memoria. Darwin agregaría que las caderas anchas son indicio de una mayor capacidad fértil, por lo que el instinto mismo de conservación de la especie debería llevarnos a elegir señoritas de peligrosas curvas.

Igual no hay que recurrir a ningún blaberío con ínfulas científicas para justificar cosas a las que nadie pide justificación. Me gustan las mujeres con forma de guitarra por que si. Simplemente perche mi piace. Porque en los pliegues de un cuerpo bien nutrido encuentro ese misterio que despierta el erotismo. Porque en el cuerpo de una flacuchienta la mano pasa veloz, queriéndose ir, mientras que en la cintura que es preludio de una cadera prominente esa misma mano se aquerencia, se queda jugueteando remolona deslizándose por el tobogán que lleva a la parte interesante. Mientras en la escuálida hay histérico frenesí, en la otra se me ocurre esa parsimonia seductora que dice: "venga, quedese un ratito más que no hay apuro".
 .
Obviamente, y esto no escapará a ningún buen entendedor, no debe confundirse el sensual cuerpo de guitarra con los excesos de la gordura. La obesidad es a lo voluptuoso como la demagogia a la democracia: una deformación que la pervierte. Lo aclaro porque tampoco soy amigo de los excesos, ¿vio?

El concepto de la mujer guitarra -también denominable mujer violín, contrabajo, violoncello u otro instrumento de cuerdas que Ud. desee, excluyendo el charango- puede ilustrarse con numerosos ejemplos que han alimentado las fantasías de nuestro género a través de las décadas. De todas esas femmes fatales capaces de carcomerle el balero a generaciones enteras, elegí tres. Me parecen icónicas. Y además el número tres tiene un sentido místico, misterioso, prohibido, que también lo dota de cierto erotismo.

La primera es la diva del cine erótico vernáculo de los años '60 y '70, Isabel Sarli. Sencillamente no podía faltar si la idea era hacer un panegírico de la mujer que tiene 'e donde agarrarse.

La Coca: una leyenda
La segunda, el último y más brillante ejemplo de esas mujeres italianas capaces de hacernos reventar el bobo con una caída de ojos: Mónica Bellucci.

La Bellucci: más buena que un vermouth con ingredientes
La última, más afín al público pendex que abreva por estas latitudes, es la hembra que resucitó el ideal de las viejas estrellas de la época de oro del cine: Scarlett Johansson.

Johansson: tentación en rubio
Dos morochas, una rubia. Tres épocas. Un sólo sentido de sensualidad, seducción y deseo.

lunes, 4 de abril de 2011

Cardón: calidez criolla

Arrecian los primeros frescores del otoño por estos pagos. De a poquito vamos desempolvando los sacos, las camperas, los sobretodos y preparándonos para la temporada de días más cortos y comidas más generosas. A mi me gusta el frío, no lo voy a negar. Se me hace la más civilizada de las temperaturas, la antítesis de la sudorosa exhuberancia veraniega, de esa pegajosa temporada de rancia mezcolanza de olores, de barquillos en Mar de Ajó, de cornalitos fritos y música tropical. El invierno es sobrio, elegante, limpio y si, quizá, un poquitín melancólico. Es llamarada que devora un leño, guiso generoso, una manta de lana que nos abraza.

De esas imágenes de un invierno paradójicamente cálido al refugio del hogar, de esa intimidad propia de un tiempo de recogimiento y reflexión, parece haber sacado Cardón la inspiración para su colección otoño - invierno. Según la información de prensa suministrada por la casa fundada por Gabo Nazar, el punto de partida está dado por el paisaje de la provincia patagónica de Tierra del Fuego, por la paleta característica de los bosques, los lagos y las montañas australes. La impronta paisajística se refleja en la elección de los colores que predominan en las prendas: el marrón en todas sus gamas, el naranja, los morados. Sin embargo, a mi se me antoja que la inspiración ha ido mucho más allá. La colección refleja la cultura, la historia y el imaginario patagónico.

Como yo lo veo, Cardón le ha dado una vuelta de tuerca a la impronta retro que todo el gremio textil ha elegido para esta temporada. Sin duda hay mucho de los años '50 en los sobretodos con cuello de piel, las solapas estilizadas de los sacos, los pañuelos al cuello. Pero el viaje en el tiempo va mucho más atrás y rescata la estética de los pioneros de la Patagonia, de aquellos gringos que recayeron a fines del mil ochocientos en esa tierra habitada sólo por el viento y que con sacrificio levantaron  iglesias, talleres y pueblos enteros a imagen y semejanza de sus natales aldeas de Gran Bretaña. Es esa mixtura entre lo criollo y lo británico lo que define la propuesta para el invierno que se avecina. Propuesta que, por todo lo demás, se inscribe en la identidad propia de la marca, tan vinculada a lo rural y lo folclórico.

Que quiere que le diga. Si finalmente mi viejo y querido sobretodo se levanta demasiado impregnado a naftalina y el chiflete me empieza a calar los huesos, lo más probable es que me de una vuelta por Cardón y me deje convencer por un saco de tweed, una boina y un cardigan. De vuelta a casa, enciendo la calefacción, me sirvo un scotch y me tiro a dormitar con Dianne Reeves de fondo hasta que el futuro me despierte a cachetadas.

Fotos: www.cardon.com.ar